sábado, 17 de mayo de 2008

Si de la miseria mundana se trata



Nadie mejor que Fiodor Dostoievsky para expresarlo.
Quien haya leído los textos de este escritor ruso, nacido en Moscú en 1821 sabe que todas sus obras están signadas por el dolor, la miseria, la ruina humana y la melancolía, “sensaciones” que lo perseguían y él mismo se encargó de plasmarlas en papel. Sus novelas son psicológicas, lo cual fue una revelación para la época.
Dostoievsky, tuvo una infancia triste: su madre murió cuando era niño y su padre era un médico militar con tendencias alcóholicas que lo envió a la academia militar de San Petersburgo, para cursar estudios técnicos, pero luego de graduarse de abocó a la escritura.
En ella desembocaron todas sus experiencias, donde el azar tenía una función vital: operaba en el juego, pero también en su vida.
El azar decide siempre por nosotros en cualquier momento de nuestra existencia, lo define todo.
En 1866 escribió "El jugador", uno de los primeros libros que leí de él, podría decirse que es una autobiografía debido a que su adicción a la ruleta le generó varias preocupaciones, incluso debió escapar de sus acreedores pues había contraido enormes deudas.
Alexei Ivanovich es el protagonista del libro, un joven tutor de "El General"Zagorianski y su familia, incluida su hija Polina, de la cuál está enamorado .
Esta familia vivía obsesionada con la herencia de Babulinika, la abuela de Polina que lejos de estar muerta llega y pierde toda su riqueza en la ruleta, descartando cualquier posibilidad de un futuro heredero.

En tanto Alexei lucha con sus demonios internos, por un lado su amor con Polina y sus intenciones de fugarse con ella, y por el otro la mantención de su vicio por el juego que si bien le provocó ganar dinero, lo pierde en poco tiempo, parece no importarle nada, como si su vida estuviese destinada por la suerte, sea buena o mala, un destino incierto ante el cual nada se podía hacer.
“Me había confiado una misión: ganar la ruleta fuese como fuese. No tenía tiempo de preguntarme por qué ni en cuanto tiempo había que ganar, ni qué cálculos nuevos habían nacido en aquel cerebro siempre activo… Por el momento, tenía otra cosa que hacer: era preciso encaminarse a la ruleta”.

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